Como prácticamente todo en este país, lo del
Arco Minero ha desatado una polémica. Sin embargo, a diferencia de
prácticamente todas las demás, puede que en este caso se trate de una polémica
productiva.
Y es que dando por descontado el uso maniqueo
del cual tampoco escapa, lo cierto del caso es que a lo interno de los sectores
más progresistas de la sociedad, el tema ha dado para un debate crucial sobre
los modelos de desarrollo, los costos de
los mismos y sus alternativas posibles dentro del marco de la sostenibilidad
social y natural.
Con la publicación del escrito de Emiliano
Terán Los peligros del Arco Minero del
Orinoco: un breve análisis desde la economía ecológica, abrimos en 15 y Último un espacio para este debate,
el cual continuará en los próximos días con otras contribuciones. Esperemos les
sea de utilidad en el espíritu de los trabajos que nos caracterizan acá, hechos
no para decir qué pensar, sino para poner a pensar.
Los peligros del Arco Minero del Orinoco: un breve análisis desde la economía ecológica
Por: Emiliano
Terán Mantovani*
En numerosas
ocasiones se ha invocado la “irreversibilidad” de la revolución. Pero si había
algo más esencial y fundamental que invocar, era la sostenibilidad del
proceso. Es decir, que los medios básicos para reproducir la vida cotidiana, el
agua, la energía, los alimentos, entre otros, puedan estar en un mínimo
equilibrio respecto a los seres humanos que habitamos el país, y con las
generaciones venideras. Sin esto, la utopía revolucionaria sencillamente no
subsiste.
La situación que
vivimos en la actualidad no es solo consecuencia de un conflicto político a
escala nacional, con sus respectivas injerencias imperiales. Es también el
reflejo de la inviabilidad del capitalismo rentístico venezolano, de su crisis
histórica, de su reformulación en la Revolución Bolivariana, y del desborde de
la notable vulnerabilidad alimenticia, hídrica y energética que este modelo
produce.
Como respuesta a
esta crisis, el Gobierno nacional está promoviendo un megaproyecto de minería
sin precedentes en el país, el llamado Arco Minero del Orinoco (AMO). En
realidad esta propuesta es un salto al vacío, que no solo nos atornillaría al
rentismo y al extractivismo, sino que nos enrumbaría a un terrible camino de
insostenibilidad, deteriorando enormemente las condiciones para la reproducción
de la vida cotidiana de millones de venezolanos.
Numerosos
artículos han ya circulado mencionando las características y perjuicios que
provocaría el AMO. En este artículo, les propondremos un breve análisis crítico
desde la economía ecológica, para plantear una relectura de las diferentes
valoraciones económicas que están en juego, resaltando no solo las nefastas
consecuencias que este megaproyecto tendrá con la naturaleza y los pueblos
indígenas del sur del Orinoco, sino también la afectación de la vida integral
del país, incluyendo las enormes poblaciones urbanas venezolanas. Presentaremos
a continuación algunos de estos aspectos, profundamente interrelacionados, los
cuales consideramos de gran relevancia.
- Contabilidad ecológica en déficit: la vida se vuelve precaria
El lenguaje que
ha prevalecido en la economía contemporánea ha sido expresado constantemente en
dinero (con una orientación crematística). El valor que se impone es el monetario,
las contabilidades de la “riqueza de las naciones” están monetarizadas –ej.
PIB–, y hace que prevalezca un sistema económico metafísico que pretende
explicarse a sí mismo a partir del dinero. De esta manera se invisibilizan
otros valores esenciales para la vida (ecológicos, culturales, afectivos). Esto
nos ha creado una ilusión de riqueza, o la esperanza de resolverlo todo con
dinero, que ha sido muy perjudicial.
Pero la economía
–la “administración de la casa”, según su etimología– es más que eso. Desde una
visión integral de la vida, se trata no solo de lo que se encuentra dentro del
“mercado”, sino también, y en esencia, de la distribución de flujos de energía
y materia, los cuales nos mantienen vivos. La economía es fundamentalmente un
ámbito de la vida ecológica, un sistema abierto muy complejo.
La histórica
promesa de “sembrar el petróleo” se ha centrado en la riqueza monetaria. En la
actualidad, el Gobierno nacional ha justificado reiteradamente el enorme
sacrificio para la población y la naturaleza que supondría el AMO, en nombre de
obtener más divisas, ocultando con dinero el extraordinario empobrecimiento
socioecológico que este conllevará.
Si valuáramos las
7.000 toneladas de oro que podría poseer Venezuela en sus reservas, tendríamos
dos valores para contrastar: por un lado, unos 280.000 millones US$ en ganancia
para el Estado, y por el otro, unos 3,1 a 7,4 billones de litros de agua que
serían usados y potencialmente contaminados para extraer todo ese oro (entre 1
millón 240 mil a 2 millones 960 mil piscinas olímpicas, que puestas una seguida
de la otra podrían darle casi 4 vueltas a la Tierra).
¿Vale toda esta
agua, toda esta vida, 280.000 millones US$? Este monto es casi igual a los
ingresos totales de PDVSA solo en 2012 y 2013, y actualmente lo que tenemos es
un país endeudado y en severa crisis económica. ¿Qué podría hacer un
multimillonario sin agua? Si acabáramos con la principal fuente de agua del
país (la cuenca del Orinoco), ¿qué haríamos con ese dinero obtenido?
¿Si
reformuláramos la contabilidad económica dándole valor a los bienes comunes
para la vida? ¿Si reflejáramos que esta destrucción de vida es una destrucción
de riqueza, es producción de pobreza? Si hiciéramos un ejercicio crematístico,
planteando que cada litro de agua vale 1 US$, ¿sería este un proyecto
económicamente viable?
Una cosa es el
déficit fiscal –que en Venezuela sigue creciendo notablemente–, el cual podría
resolverse con nuevos préstamos, la emisión de bonos y/o devaluaciones de la
moneda. Otra cosa muy diferente es un déficit físico, y mucho más
cuando se trata de “recursos” imprescindibles para la vida, recursos no
renovables o que su capacidad de regeneración está siendo superada por los
niveles de consumo. Estos déficits pueden producirse por degradación de los
bienes comunes naturales en grandes cantidades, degradación de su
productividad, o bien por la incapacidad o insuficiencia para su suministro.
Los déficits
físicos (biodiversidad, agua, energía, etc.) suelen ser reflejo de un sistema
insostenible. Resolverlos es mucho más complicado (no bastan préstamos o emisión
de dinero). Las consecuencias suelen ser drásticas y plantean escenarios de
colapso sistémico, lo cual es imperiosamente necesario evitar.
- El metabolismo social crece
El metabolismo entre
la naturaleza y la sociedad, es decir, el régimen social específico que
sintetiza los procesos de apropiación, procesamiento, circulación, consumo y
desecho de los recursos, energías, materias, o los llamados “servicios
ambientales”, ha crecido en Venezuela a la par de su desarrollo
capitalista/rentista. Una de las consecuencias históricas de este desarrollo es
la configuración de un sistema de consumo intensivo por la vía de la
distribución (siempre desigual) de la renta petrolera.
Esto se expresa
en la actualidad en diversos indicadores, como por ejemplo el hecho de que
somos el segundo país de América Latina (sin contar el Caribe) que consume más
electricidad per cápita, según la CAV y CEPAL; o el país que más CO2 per
cápita emite en toda la región (exceptuando el Caribe), según el Banco Mundial.
El desarrollo de
este metabolismo social nos ha llevado a la situación de “translimitación
ecológica”. Según el “Informe Planeta Vivo” de la WWF, Venezuela tiene una de
las dos huellas ecológicas más altas de Latinoamérica y es uno
de los dos países de la región que han superado el límite de su capacidad
eco-regenerativa, es decir, que consume más naturaleza de la que sus
ecosistemas son capaces de regenerar, por lo que nos encontramos en situación
de “déficit ecológico”. En este sentido, cabría reconocer por ejemplo que,
además de otros factores, la crisis del Guri se debe también al aumento de la
demanda de energía en Venezuela.
Conviene pues,
evaluar tres elementos: el primero, la transformación del metabolismo social en
el sur del Orinoco que va a provocar la depredadora megaminería del AMO –se
estima que en general de 4 a 1 toneladas de materiales son removidos para
obtener un gramo de oro, a lo que se suma la enorme cantidad de energía
empleada y disipada–, lo cual a su vez va a impactar en todo el metabolismo
social venezolano.
El segundo
elemento tiene que ver con los patrones de consumo. Como ejemplo, es importante
resaltar que cuando la inclusión social está representada en el consumo masivo
de electrodomésticos y otros aparatos vinculados al american way of
life, se produce una paradoja en términos de “bienestar” e insostenibilidad
socioambiental. Las rentas mineras suelen orientarse, como forma de
compensación social, y de domesticación de la población, a este tipo de
consumos.
Los profundos
daños del AMO tratarían de ser endulzados con este tipo de gasto, reproduciendo
estos patrones metabólicos. Una política de ahorro energético para enfrentar la
crisis de este sector entra en conflicto con este largo proceso de
incorporación masiva al consumo, tomando además en cuenta la gran incidencia
que tiene el sector residencial en el consumo eléctrico nacional
(aproximadamente una tercera parte del total).
El tercer
elemento tiene que ver con el marco socioeconómico de este creciente
metabolismo: el extractivismo. Esto implica que toda la energía consumida no se
dirigirá a un proceso productivo y de soberanía energética, sino al incremento
de la disipación de la misma (entropía) y la dependencia ecológica.
- Afectación de la fertilidad de la tierra y de la productividad de los ecosistemas
Cuando Marx
analizó en El Capital la renta de la tierra, hizo alusiones a
la afectación de la productividad de la misma a raíz de los métodos depredadores
de producción agrícola. De esta forma, se producía no solo un empobrecimiento
del proletariado, sino también de la tierra. Este ha sido uno de los
principales argumentos de John Bellamy Foster para sostener el argumento de la
faceta ecológica de Marx (y las bases de un marxismo ecológico).
Nosotros
planteamos aquí el análisis no solo de la tierra, sino de los ecosistemas y sus
ciclos. Las depredadoras consecuencias de la megaminería en el AMO, no solo
afectarían la riqueza de la vida en términos cuantitativos –avance en el número
de hectáreas devastadas, especies afectadas, cantidades de agua o partículas de
aire contaminadas– sino también cualitativos.
Daños ambientales
irreversibles podrían afectar la productividad ecológica y por
ende comprometer aún más las condiciones generales de la vida. Por citar un
ejemplo, el déficit energético ha sido analizado en Venezuela, en buena medida,
a partir de las fallas en la capacidad instalada, o bien por el fenómeno del
Niño. Aunque estos factores hacen parte del problema, también cabría reconocer
que se ha venido produciendo un déficit (en términos de falta
o escasez) en el caudal del río Caroní, producto, entre otras cosas, de
procesos de deforestación en la zona. Se trata de una expresión del déficit
ecológico que tiene su proyección en la economía, en la medida en la que este
caudal tiene una importancia estratégica para la producción hidroeléctrica en
el Guri, y por tanto para la vida en las ciudades y el sector industrial y
comercial. Todo este fenómeno de merma de la productividad ecológica, si lo
pensamos desde la sostenibilidad, pone en riesgo también los medios de vida de
generaciones futuras.
- Déficit físico en el comercio internacional
Las economías
extractivistas latinoamericanas como la venezolana, usualmente se caracterizan
por exportar cantidades desproporcionadamente mayores de naturaleza (general
pero no únicamente medida en toneladas) de las que se importan, sin que esto
garantice ganancias comparables a las de los países centro del sistema global,
o bien que nuestras economías puedan salir de la dependencia del extractivismo.
Esto en cambio, se traduce en un balance ecológico negativo, que tiene
repercusiones domésticas.
Más allá del
déficit de la balanza comercial de Venezuela (para el tercer trimestre de 2015
según el BCV), la expansión del megaproyecto del AMO supondría una mayor
cantidad de exportación neta de naturaleza. Si a esto se suma que los recursos
podrían exportarse mucho más baratos que en años anteriores (dadas las bajas
expectativas de repunte de los precios de las commodities), lo que
afecta notablemente las importaciones a la baja, tendremos también un
incremento del déficit ecológico nacional.
El relanzamiento
del extractivismo por parte del Gobierno nacional se basa en una propuesta
presente en varias de las declaraciones oficiales: “el impulso a las
exportaciones” (no solo minería, sino gas y pesca). Esto en realidad indica que
la economía nacional será relanzada con orientación al mercado global, marcado
claramente por los patrones de acumulación neoliberal.
Toda esta “fuga
de naturaleza” hacia el mercado internacional no solo no resuelve los problemas
de fondo, sino también canaliza un saqueo de recursos que compromete los medios
de reproducción de la vida de numerosas venezolanas y venezolanos. En los
períodos de baja, recesión o depresión, el capital buscará ajustar los procesos
de acumulación en el AMO, para evitar afectar la tasa de ganancia. Este ajuste
se cargará progresivamente sobre el país, sus ecosistemas, recursos y
población.
- Después de la devastación ambiental, ¿quién se queda con la renta?
La expansión del
extractivismo suele justificarse con la idea de que necesitamos más divisas,
rehuyéndole normalmente al debate sobre la distribución de la riqueza y activos
existentes y del manejo de los excedentes monetarios. Ahora que el país se
encuentra muy mermado económicamente, y ante el terrible relanzamiento del AMO,
cabría preguntarse doónde están los dineros públicos provenientes de la
devastación ambiental de los últimos años (la importancia de una auditoría de
todas las cuentas públicas).
No tiene sentido
hablar de “expansión” y “crecimiento” sin analizar la distribución de la
riqueza existente. Por ejemplo, ¿cuál es la capacidad instalada industrial y
cuánto de ella se utiliza?, ¿a la luz de esta crisis, qué hacer con el 40% de
las tierras nacionales que han sido declaradas improductivas?, ¿qué otros tipos
de uso de la tierra podría dársele a los territorios del AMO, sin que esto
tenga que conllevar a la devastación ambiental y la insostenibilidad social?
Muchos más ejemplos como estos podrían darse. Queda claro que hay varias
alternativas a ser estudiadas antes que entregar nuestros territorios a la
voracidad del capital foráneo.
Por último, con
un poco de suspicacia surge la pregunta: ¿qué se hará con la renta minera
obtenida? La ampliación de la cuenta corriente tiene entre sus principales
asignaciones el pago de la deuda y la compra de productos importados. Y si
hubiese algún excedente, ¿quién lo va a manejar?, ¿para qué será usado?,
¿qué poder de decisión tiene la gente común sobre esa administración? Los
patrones capitalistas de apropiación de la riqueza plantean serias amenazas de
empobrecimiento a la población.
- Buen Vivir y debates sobre el consumo
Queda para otro
espacio y ocasión planteamientos más definidos sobre alternativas a este
terrible proyecto minero. Sin embargo, es importante recalcar, ante los
desafíos de un déficit ecológico, la importancia de nuevos paradigmas sociales,
nuevas escalas de valoración, nuevos patrones culturales que interpelen
nuestras concepciones sobre la riqueza y sobre la pobreza, tomando en cuenta
que esta última está vinculada, en primera instancia, a la indisponibilidad e
incapacidad social para el acceso a los bienes comunes para la vida.
Al menos tres
interrogantes se nos plantean al respecto: ¿hasta qué medida es posible un
cambio radical de la política de “los de arriba” que revierta este tránsito
hacia la acentuación de la inviabilidad del modelo?, ¿qué grupos sociales y
políticos deben impulsar una transformación cultural como la mencionada?, y,
¿qué estrategias deben ser propuestas para transformar patrones culturales tan
vinculados históricamente al american way of life sin sufrir
amplio rechazo social por algunas medidas “impopulares”?
Por último,
creemos importante que en los debates sobre bienestar social, o Buen Vivir, no
solo se reivindique un ideal abstracto deseable, sino también referentes que se
adecúen a la crisis ambiental global. En este sentido, parece que un verdadero
objetivo revolucionario es incrementar nuestra resiliencia, es
decir, nuestra capacidad de soportar y recuperarnos ante perturbaciones
significativas de los entornos y ecosistemas en los cuales habitamos. Nuevos
tiempos suponen nuevos desafíos y, por tanto, nuevas maneras de pensarnos y
organizarnos.
*Emiliano
Terán Mantovani
es
sociólogo de la Universidad Central de Venezuela, mención
honorífica del Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2015 y hace
parte de la Red Oilwatch Latinoamérica.
Tomado de http://www.15yultimo.com/
Tomado de http://www.15yultimo.com/
0 comentarios :
Publicar un comentario