Como ocurrió el 11 de marzo de 2004 en los trenes de las cercanías de Madrid, la “tragedia de Amuay” pudo haber sido el evento esperado por algún encuestador venezolano (¿o buscado?) para modificar el previsible resultado de las elecciones presidenciales del 7-O.
Y por supuesto que el efecto inicial fue similar a un “pistoleros en Puente Llaguno”. Con varias decenas de fallecidos, centenares de heridos, viviendas destruidas, no hay racionalidad que valga para “explicar” semejante horror.
Adicionalmente, el “accidente” ocurrió en la “joya de la Corona” de la industria petrolera, en la más grande refinería del mundo.
La combinación es perfecta: muertos y destrucción y exacerbación de la matriz sobre la incapacidad del Gobierno (o sea de Chávez) de manejar la “industria” y el país.
Me imagino a esta hora cómo los voceros de la oposición se preparan para arremeter contra el Gobierno y contra Chávez, al tiempo que tratan de mantener una compostura que disimule su alegría por un evento al cual le intentarán sacarán el máximo provecho electoral.
Podría ser muy cómodo, simplemente, apuntar con emocionalidad al sabotaje, al accidente provocado. Pero esa emocionalidad no se puede contraponer sin más al impacto del fuego sobre la refinería y a las cifras de víctimas y construcciones destruidas.
Esto no significa que no estemos convencidos de que lo ocurrido fue un atentado, un acto del más vulgar terrorismo.
Sin elementos aún (que sé que aparecerán en las próximas horas), yo no dudo que la explosión inicial fue provocada.
En una instalación industrial donde los procesos son cíclicos y previsibles, no es difícil introducir un elemento que cause una alteración y que a la hora y momento previsto rompa con la rutina.
Puede ser que no se calculara un daño tan grande, y que quien planificó el evento no conociera información sobre el comportamiento de algún dispositivo no vinculado directamente con la instalación y el proceso donde se inició el fuego.
Pero no hay duda de que fue deliberado.
Los voceros oficiales no pueden decir que “la situación está controlada” hasta tanto no se sepa con más o menos precisión, qué fue lo que pasó.
La sola explosión no prevista es la prueba de que el control lo tenía (y lo tiene) otro. Un “otro” que puede ser cualquiera, quizá el menos esperado. Pero es el “otro”, aunque creamos que es “nosotros”.
Las malas noticias son noticias, aunque no nos gusten. La noticia es y será el horror y no la pretensión de que algunas estructuras del Gobierno lo están haciendo muy bien en la atención del evento. Hubo una tragedia y hay que registrarla. Nos toca hacer el trabajo sucio.
Sí, es necesario alertar sobre la capacidad del Gobierno y del propio Comandante Chávez de asumir culpas que no le corresponden.
Hasta ayer casi que se pudiera pensar que la tormenta Isaac fue causada desde el Palacio de Miraflores. En la refinería hay una estructura de dirección que controla y supervisa su operación y hay un personal a cargo de cada proceso. Es necesario individualizar las responsabilidades porque será la única manera de determinar cómo y quién introdujo el elemento modificatorio del ciclo de operación.
Por supuesto, parece oportuno recordar que estamos en guerra, y que esa guerra se llama lucha de clases.
Y los sectores de la burguesía comercial importadora, que aspiran tomar el control del aparato del Estado, saben que el 7-O se juegan su propia existencia como clase (o segmento de la burguesía) y quizá como individuos.
Por eso el golpe de 2002, el sabotaje petrolero, la masacre de plaza Altamira, los atentados con explosivos a las embajadas. Por eso la bomba contra Danilo Anderson. Y más recientemente los crímenes, sistemáticos, articulados con el discurso sobre la inseguridad, contra agentes de los cuerpos policiales, así como la masacre de Yare.
Si fuera sólo por sus antecedentes, los representantes de esta burguesía ya deberían estar “colgados de un farol”, como mínimo.
Esta versión fue publicada en la edición del domingo 26 de agosto de 2012 del diario Ciudad Ccs
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