La opción del capital, la del
libre mercado como garante del crecimiento económico, convertido en paradigma y
dogma de fe, se erigía triunfante luego de la disolución de la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) . El Occidente capitalista había
triunfado bajo la guía de la visión más extremista del modelo.
La batalla final que terminó con
el mundo bipolar podría decirse que comenzó en 1979, cuando en el Reino Unido
se inició el mandato de Margaret Thatcher. En medio de una crisis de la
economía se impusieron las tesis de la privatización masiva y la liberalización
de la economía.
Algo similar ocurrió en Estados
Unidos con la llegada al poder, en 1981, de Ronald Reagan, en momentos de
crecimiento negativo de la economía. Y aunque los trabajadores en ambas
naciones llevaron la carga del ajuste y resultaron severamente afectados, los
“éxitos” se reflejaron en indicadores macroeconómicos de crecimiento constante
y especialmente baja inflación.
En ese contexto exitoso del
capitalismo más agresivo la alternativa concreta al capital, es decir el
“socialismo real” de la URSS, se derrumbó víctima de la ineficiencia propia de
las burocracias. Esto ocurrió cuando el sistema soviético fue afectado por la
propia crisis del capital, ya que en esencia el modelo respondía a los
imperativos del capital. Y además las salidas planteadas fueron similares, con
alguna timidez ciertamente, a las planteadas por el neoliberalismo.
EL FIN DE LA HISTORIA O LA TENTACIÓN
NEOLIBERAL
Los teóricos se apresuraron a
decir que ya no había alternativa al sistema del capital. El socialismo había
sido vencido y estaba tan derrotado que el politólogo estadounidense de origen
japonés Francis Fukuyama, produjo su famosa obra El fin de la historia y el
último hombre. Planteaba, con una lógica aplastante, que “Lo que podríamos estar presenciando no sólo
es el fin de la guerra fría, o la culminación de un período específico de la
historia de la posguerra, sino el fin de la historia como tal: esto es, el
punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de
la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano“
Es decir que con el fracaso
político, económico e institucional de los estados que habían proclamado su
carácter socialista, se le ponía punto final, se aseguraba la imposibilidad de
que surgiera alguna alternativa al modelo de organización social del capital.
En síntesis, y al menos en términos conceptuales, la utopía había muerto.
A partir de ese momento
importantes sectores intelectuales se vincularon con más o menos compromiso con
las tesis de Fukuyama, y con el resto de planteamientos más concretos que
sustentaban el avance del neoliberalismo, tanto en lo económico como en lo
político.
Las universidades venezolanas no
escaparon a esta tendencia. En 1989 los contenidos de las materias de economía
de la Escuela de Comunicación Social de la UCV (y hablo de mi propia experiencia),
explicaban y justificaban las medidas del plan de ajustes.
No era que mis compañeros y yo
nos habíamos convertido en neoliberales, pero al menos comenzábamos a ver con
“comprensión” y como una fatalidad ineludible el programa impulsado desde el
Fondo Monetario Internacional (FMI).
Con nuestro profesor, Tobías
Nóbrega (quien luego fue ministro de Finanzas en el 2002 y actualmente está
enjuiciado por delitos contra el patrimonio público), “aprendíamos” que los
ricos viajaban en avión por un asunto de eficiencia: su tiempo es más valioso
que el de los pobres que viajan en autobús. De ninguna manera la razón estaba
basada en discriminaciones.
Mientras tanto la izquierda, en
la que desde adolescente yo había militado, apenas esbozaba críticas reivindicativas,
tan tímidas como las de algunos sectores del propio partido de gobierno, Acción
Democrática, frente al plan de ajustes macroeconómicos.
Este programa, contenido en la
llamada Carta de Intención con el FMI, pretendía recuperar los equilibrios macroeconómicos,
luego de que la economía venezolana experimentara, entre 1985 y 1988, anomalías
como la pérdida de la mitad de sus reservas internacionales, una presión del
tipo de cambio y dificultades para atender parte de los compromisos de pago de
la deuda externa. Vale aclarar que las medidas del FMI realmente estaban
orientadas a asegurar los pagos a la banca internacional, y esa sería la
prioridad con el plan ejecutado en Venezuela.
Además la caída del “bloque
socialista”, carente de explicación desde las posiciones progresistas,
acrecentaba la sensación de derrota que sólo podía superarse con alguna actitud
evasiva.
REBELION DE MULTITUDES Y CRIMINALIZACION DE LA PROTESTA
El detalle que más recuerdo
cuando vi el cadáver en la urna fue la blancura de la piel. Contrastaba con una
especie de hematoma verde casi negro en la parte superior de la frente. Era el
1° de marzo de 1989 y el lugar era el auditorio de Medicina Tropical en la UCV.
El día anterior me había enterado que Yoko, la muchacha que siempre me saludaba
con una sonrisa y usaba sandalias de cuero y faldas muy largas, se llamaba
Yulimar Reyes y la habían asesinado la tarde del lunes.
En ese momento, mientras unos
aviones verdes, grandes y que se movían con lentitud sobrevolaban Caracas, la
sensación de tristeza y de desesperanza era tan grande que ni llorar se podía.
Luego supe que los aviones se llamaban C-130 y que traían soldados (casi 10 mil
llegaron) para seguir produciendo cadáveres, quizá no tan blancos como el de
Yulimar.
Recuerdo que pocas horas antes,
la tarde del 27-F en la “Tierra de Nadie”, muchos veían aquella “rebelión de la
multitud” como el inicio de Revolución. Algo así como se podría uno imaginar la
segunda venida de Cristo: aunque anunciada, sorpresiva e inesperada.
Sin embargo lo que el lunes
parecía una fiesta (y hasta el mediodía del martes esa sensación se mantuvo en
algunas zonas) se convirtió en el mayor escarmiento colectivo y generalizado
que alguien pudiera imaginar. Y no sólo en términos físicos (los golpes, los
disparos, el estado de sitio, la muerte) sino también en lo moral. Saqueadores
y pillos fueron los términos menos ofensivos que se usaron para aludir a la
gente.
No había otra opción que
resguardarse. Esos días los pasé entre El Valle, donde vivía mi “compañera”, La
Pastora, donde una amiga convertía una casa larga en precario pero acogedor
refugio y La California, en casa de una tía que era mi residencia habitual.
El viernes comencé a hablar sólo,
al tiempo que gesticulaba con las manos, intentando buscar una explicación,
algún elemento que me ayudará a entender lo que había pasado. El sábado en un
Volkswagen cuatro o cinco amigos recorrimos la ciudad, desde Petare hasta
Catia, pasando por el 23 de enero, en una especie de “city tour” macabro.
Los soliloquios no me ayudaron
mucho a la comprensión del evento. Lo que si me quedó claro fue que la matanza
y la reiterada campaña contra “el saqueo y el pillaje” eran parte de un plan
para arrancarle, por medio del terror, las ganas y los sueños a la gente y
obligarlos a controlar sus arrecheras.
Fue hace sólo unos días, en enero
de 2012, cuando entendí que la rebelión de 1989 fue el acto de mayor conciencia
histórica que hayan realizado los venezolanos luego de la Guerra de la
Federación.
La gente identificó con certeza y
actuó sin titubeos contra su enemigo de clase. Es decir, contra la burguesía
comercial importadora y contra sus “personalizaciones” más concretas (así lo
diría el intelectual húngaro Istvan Meszaros), como son los abasteros y
bodegueros, grandes, medianos o pequeños que por años se habían ido apropiado
de sus precarios ingresos a través de la fijación de precios abusivos. (Y a más
pequeños más abusadores).
La parte más grande de la
burguesía venezolana, para explicarlo con simpleza, es parasitaria. Se chupa lo
que producen los demás. Como por sí misma no tiene competencias transformadoras
se apoderó, con el apoyo de la burocracia,
desde el siglo XIX de los puertos, de las divisas y de los sistemas de
transporte y circulación de mercancías. Todo lo que necesite cualquier
venezolano hay que comprárselo a ese remedo de burgueses al precio que ellos
decidan.
Y para que no me quedaran dudas
recordé que además fueron varios los locales de agencias bancarias que
terminaron ocupados y desmantelados. Y comprendí la coherencia del asunto: los
bancos distribuyen una mercancía llamada de dinero, la cual no sólo la venden
muy cara sino que lo hacen sólo con un grupo selecto. No todos podemos ir a
comprar a esos supermercados del dinero.
Pero adicionalmente recordé que
la tarde del 27-F un grupo de motorizados (siempre los motorizados) realizaron
protestas directamente contra la sede de Fedecamaras, ubicada en la
urbanización El Bosque, donde representantes gremiales planificaban acciones
para continuar apropiándose del producto del trabajo de la gente.
REBELION DE LA CONCIENCIA HISTÓRICA
El 4F aún no teníamos televisor.
Mi hija de 2 años, mi mujer y yo vivíamos alquilados en un anexo (así llaman
las viviendas precarias por allá) de unos 30 metros cuadrados, en un sector
cercano a San Antonio de Los Altos. En 1991 habíamos logrado comprar la
lavadora y la nevera luego de meses de ahorro..
Ya yo “reporteaba” desde finales
de 1990 y hubo momentos en que llegue a tener hasta tres trabajos. Y de paso
los fines de semanas hacia guardias en corresponsalías de periódicos de otros
lugares del país. Mi mujer también trabajaba y aún así no habíamos podido
comprar el televisor.
Por eso nos enteramos que había
un “alzamiento militar” después de las 6 de la mañana, cuando salimos a
trabajar.
Es evidente que en esos años
muchos, como yo, andábamos sobreviviendo. Es decir era un explotado más, sin
mayores expectativas de mejoras en mis condiciones de vida y no tenía ninguna
esperanza de un cambio que rompiera radicalmente el modelo institucional y
económico existente.
Esa mañana gracias a una “cola”
logré llegar a Caracas desde los altos mirandinos. En mi recorrido reporteril
estuve en Los Chaguaramos, donde dos vehículos de la Disip, frente a la sede
policial, resultaron quemados. También en el hospital Pérez de León de Petare,
verificando heridos y fallecidos, y en las cercanías de Miraflores. La tarde la
pase en Agua Salud, sentado en el suelo con la espalda contra un caucho del
carro de El Universal, mientras persistían disparos desde los bloques del 23 de
enero y los edificios de la esquina de Tinajitas en la avenida Sucre. Las balas
pasaban por encima de nosotros. Recuerdo que andaba con Venancio Alcázares como
reportero gráfico.
Es innegable que aquello que
estaba pasando lo entendía menos. Aunque no dejé de comparar al teniente
coronel Chávez con el general Velasco Alvarado de Perú, que en 1968 dirigió un
movimiento militar de corte nacionalista. Al menos me tranquilizaba pensar que
estos militares no eran unos “gorilas” como los de los países del Cono Sur.
Lo que si me quedó claro fue que
la gente andaba muy contenta, inclusive gente de “clase media” celebró abiertamente. Además
desde hacía varios años sectores empresariales venían, solapadamente,
promoviendo la idea de un militar que pusiera orden y controlara los abusos y
la corrupción de los políticos.
Hoy, a los 20 años, el tiempo
transcurrido y las herramientas de análisis ayudan a entender y valorar con más
precisión el sentido y la trascendencia de la rebelión.
Un primer aspecto a destacar es
la comprensión que tuvo el movimiento insurgente de su “tiempo histórico”,
usando el término de Meszaros. Así como de sus potencialidades transformadoras
como componentes del cuerpo social.
La rebelión tuvo lugar en medio
de condiciones conceptuales que sustentaban las tesis del “fin de la historia”
y por lo tanto de la imposibilidad de alterar ese rumbo. Ninguna elaboración
teórica parecía contraponerse al planteamiento hegemónico neoliberal.
Además las expresiones políticas
concretas de los partidos y sectores de izquierda no lograban conectarse e
identificar las necesidades de la gente o sólo tenían expresiones
reivindicativas o de defensa de reivindicaciones logradas anteriormente y
amenazadas por las medidas neoliberales.
En el plano internacional, con el
derrumbe de la URSS, se define nítidamente el carácter unipolar del mundo. Y en
unas fuerzas armadas con una altísima influencia de EEUU en lo doctrinario y lo
operativo, como eran las venezolanas, habría sido previsible un mayor peso de
esos valores y un cierre a la posibilidad de disidencia y menos de ruptura.
Sin embargo hay otros factores
que posiblemente dispararon las opciones de ruptura y de superación del “tiempo
histórico”. Uno puede ser la responsabilidad que recayó sobre las fuerzas armadas
por la masacre de febrero de 1989. Es decir, una continuación de medidas
rechazadas por la población reafirmaría la función represora de la institución
militar.
Adicionalmente el impacto social
del ajuste era abiertamente negativo. Especialmente el aumento de la pobreza,
el índice de precios, la tasa de desempleo y la reducción de los subsidios.
Todos estos factores obviamente afectaban directamente a los miembros del
componente armado.
Por otro lado el inicio del
proceso de privatizaciones en un sector estratégico como telecomunicaciones y
el debate sobre los aspectos legales de la apertura petrolera (que se comenzó
a abordar desde 1989) sirvió de alerta
ante decisiones que afectarían la soberanía nacional y que se habían
constituido en valores de importancia.
Indudablemente un elemento a
considerar era la confrontación que sostenían, entre sí y contra el gobierno,
distintos sectores de la burguesía nacional, especialmente con relación a las
medidas monetarias y comerciales que afectaban su acceso a la apropiación de la
renta petrolera. Estos componentes de la
burguesía tenían actores que expresaban sus posturas tanto en el mundo político
como en el ámbito militar, especialmente con oficiales generales.
Finalmente no se podría evadir el
peso que tuvo el trabajo de captación y formación política que promovieron en
las fuerzas armadas organizaciones de izquierda como el PRV y Bandera Roja,
según los datos revelados posteriormente.
Estos elementos evidencian el
carácter histórico de la rebelión. Esta surge por la comprensión, por parte de
sus actores, de su “tiempo histórico” y de la conciencia de su potencialidad
transformadora sobre el metabolismo social que encarnaban como individuos y
como colectivo.
Y su detonante se encuentra en la
agudización de las contradicciones originadas por el proceso de reconstitución
del Estado y del modo de apropiación y distribución de la renta petrolera al
final de la década de 1980. Todo ello como consecuencia de las medidas exigidas
por el FMI para garantizar los pagos de la deuda externa.
Meszaros explica (al referirse al
intento del fascismo italiano de dominar el pensamiento de Antonio Gramsci en
1928) que “los apologistas del capital hacían -y continúan haciéndolo- todo
cuanto podían a fin de anular la conciencia que tiene el pueblo sobre su tiempo
histórico, con la intención de eternizar su sistema.”
Y justamente eso fue lo que se
pretendió hacer en toda América Latina en esos años. Y lo hicieron con la
palabra y con la violencia más mortífera, todo con el fin de que “el pueblo en general aceptase
realmente esta concepción del tiempo apologético del capital (y se hundiese) en
el abismo del pesimismo sin fondo.”
La rebelión del 4F por tanto no
sólo le devolvió la esperanza a la gente, sino que le dijo al sistema del capital
en todo el mundo que sí había alternativa, que el orden social del
neoliberalismo y la unipolaridad no eran parte de una fatalidad insuperable
producto del “orden natural”. Y que “el tiempo de los oprimidos y los
explotados, con su vital dimensión de futuro, no puede ser eliminado”. (Las
citas precedentes son de Meszaros en El desafío y la carga del tiempo
histórico).
RECUPERANDO LA CONCIENCIA DEL TIEMPO HISTORICO
El movimiento rebelde del 4F,
desde antes de su irrupción pública, conectó su propuesta con los antecedentes
más lejanos de la formación de la nacionalidad. Con el modelo del “Arbol de las
Tres Raíces”, reivindicaron a Bolívar, Simón Rodríguez y Zamora como
precursores de su propuesta (contradictoria e indefinida) de reconstitución del
metabolismo social.
Ese modelo, que vinculaba
situaciones históricas y posiciones radicalmente diferenciadas y hasta
confrontadas, sorprendió y sigue haciéndolo. Pero más allá de lo simplemente
discursivo el hecho cierto es que el actual “orden social” tiene su origen en
los procesos de conformación de nuevas relaciones sociales y de producción en
los momentos de ruptura bélica (como las guerras de Independencia y Federal) y
de modificación radical de la base económica como la expansión de la
explotación del café y el petróleo.
Ya en los años siguientes el
propio Comandante Chávez asumió ese papel de profesor de historia en cada uno
de sus discursos e intervenciones. Eso nos ha permitido pasar de una historia
expresada en fechas (no importaba nunca de que año) a una que da cuenta de los
procesos que precedieron el momento actual.
Esa historia fragmentada e
incoherente, relativa sólo a efemérides, tenía un fin abiertamente dominador
por parte de esa burguesía comercial importadora, que sólo necesitaba construir
valores sobre los productos materiales y culturales que traía desde los centros
mundiales del poder. Primero desde Europa y luego desde EEUU.
Por lo tanto el pasado no
importaba. Sólo era valioso el “eterno presente” con sus referentes concretos y
espirituales que expresaban las modas, lo actual, importado desde el exterior.
Mientras lo local, lo autóctono, es motivo de burla y se muestra como símbolo
de atraso y de chabacanería.
Pero no sólo la burguesía asumía
esa actitud frente al pasado. Desde la izquierda la visión de procesos como el
de la independencia se despachaba como la “historia de la oligarquía”. Y quizá
también pesaba mucho el carácter eurocentrista del pensamiento marxista.
La rebelión de febrero de 1992 al
reivindicar el pasado le devuelve a la gente sus orígenes y le muestra que su
“tiempo histórico” trasciende a su propio tiempo vital y que somos mucho más
que individuos limitados y con escasas posibilidades de influir y cambiar el
rumbo de la historia.
27/02/12.-
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