Tras la elección del 8D se abrió una gran oportunidad para Venezuela. Fortalecido por la nítida victoria electoral, el presidente Nicolás Maduro tuvo la audacia histórica de convocar a un gran diálogo político. Abrió las puertas de Miraflores para que gobernadores y alcaldes antichavistas, junto a sus pares revolucionarios, interactuaran con él y sus ministros sobre los grandes temas nacionales, regionales y locales. Lo hizo delante del país, con las cámaras de TV en vivo y directo, sin reservarse el derecho de admisión. La escena por sí sola constituyó un hito: la clase política a la que pertenecen sus interlocutores no había puesto pie en ese Palacio desde 2002, cuando entró por vía sangrienta durante el golpe de abril del 2002 contra el presidente Hugo Chávez, y de donde salió despavorida ante el contragolpe cívico-militar del 13A.
La voluntad de diálogo por parte de Maduro no pudo materializarse antes, pues esa clase política, sus aliados internacionales, económicos y mediáticos lo impidieron con su absurda política de desconocimiento a la legitimidad del Gobierno Bolivariano.
No hubo tregua, ni la Revolución la pidió, durante la enfermedad y convalecencia del Comandante Chávez, ni tampoco después, cuando obligado por la historia, Maduro asumió la candidatura presidencial y ganó la elección del 14 de abril de 2013. El candidato perdedor, Henrique Capriles, reaccionó con violencia, desconoció el resultado y llamó a sus seguidores a “drenar la arrechera”, lo que se tradujo en 11 muertos, decenas de heridos y cuantiosos daños materiales en medio de guarimbas y ataques incendiarios contra instalaciones públicas y sedes del PSUV.
Lo había advertido el propio Chávez el 8 de diciembre del 2012, cuando pidió a su pueblo elegir a Maduro como presidente en el escenario hipotético que luego se consumó:
“No faltarán los que traten de aprovechar coyunturas difíciles para mantener ese empeño de la restauración del capitalismo, del neoliberalismo, para acabar con la Patria. No, no podrán. Ante esta circunstancia de nuevas dificultades -del tamaño que fueren- la respuesta de todos y de todas los patriotas, los revolucionarios, los que sentimos a la Patria hasta en las vísceras como diría Augusto Mijares, es unidad, lucha, batalla y victoria”.
Los dueños del circo
Esas nuevas dificultades exigieron de Maduro absoluta y total firmeza durante los meses siguientes. Cualquier gesto magnánimo frente a quienes desconocían su legitimidad podía ser malentendido como una muestra de debilidad, con nefastas consecuencias para el país entero.
Aún así, Maduro apeló al dueño del circo: designó a Calixto Ortega como Encargado de Negocios en EEUU, país con cuyo gobierno la oposición venezolana mantiene un lazo umbilical. Era el primer paso para una normalización de relaciones diplomáticas con Washington. Las relaciones estaban reducidas al mínimo desde 2008, cuando Chávez expulsó al último embajador gringo en Caracas, Patrick Duddy, y EEUU hizo lo propio con el venezolano en Washington, Bernardo Álvarez.
Maduro también convocó a Gustavo Cisneros, propietario de Venevisión, y a otros dueños de televisoras privadas, como Televen y Globovisión, así como a Lorenzo Mendoza, cabeza del poderoso Grupo de Empresas Polar. Con todos se reunió por separado en Miraflores, les ofreció trabajar junto al Gobierno por la paz y el desarrollo del país, eso sí, sin pretender gobernarlo desde el poder económico, como estuvieron acostumbrados a hacerlo durante la IV República.
Pero en Washington tenían otros planes. La muerte de Chávez tenía que significar, porque sí, la muerte de la Revolución Bolivariana. Para ello era necesario impedir su consolidación bajo el liderazgo de Maduro. Había que llegar a las elecciones municipales del 8D en las peores condiciones económicas y sociales posibles para Venezuela, de modo que el pueblo pasara factura a los candidatos de Maduro. Una derrota electoral municipal sería esgrimida como prueba irrefutable de la “ilegitimidad” del “régimen”, como la derecha gusta llamar a la Revolución. Por eso la insistencia opositora, previa al 8D, en equiparar la elección municipal con un “plebiscito”, suerte de referendo revocatorio adelantado, sin cumplir con los lapsos y demás extremos constitucionales. De resultar perdedora la Revolución, esta “prueba” se sumaría a otras más endebles, previamente propaladas con similar propósito: el manejo supuestamente engañoso de la fecha de fallecimiento del Comandante Chávez y la pretendida nacionalidad colombiana de Maduro, amén del supuesto, y jamás probado, fraude en las presidenciales del 14A.
En octubre tres funcionarios de la embajada de EEUU en Caracas fueron pillados en reuniones conspirativas con factores de la oposición venezolana, planeando sabotajes al sistema eléctrico y a la economía venezolana. Esto obligó a Maduro a expulsarlos del país, lo que a su vez respondió el Gobierno de Obama expulsando a Calixto Ortega de EEUU.
Días antes, EEUU había negado permiso de paso por el espacio aéreo de Puerto Rico al avión donde Maduro viajaba hacia China, lo cual motivó la denuncia venezolana. Poco se recuerda, pero el propio 5 de marzo, antes de producirse el fallecimiento de Chávez, el entonces vicepresidente Maduro había anunciado la expulsión de dos militares integrantes de la Agregaduría Aérea de la Embajada de EEUU en Caracas. ¿La razón? Fueron detectados haciendo contacto con militares venezolanos para sumarlos a planes de desestabilización contra el Gobierno en medio de la convalecencia del líder venezolano.
En paralelo a estas “diligencias” tan poco diplomáticas, los dueños del circo también apostaron a la caotización de la economía venezolana, mediante el crecimiento desmesurado de los precios, la desaparición de productos de consumo masivo y un ataque sostenido contra la moneda venezolana por vía de la especulación cambiaria. Un cuadro con aires de familia con el del Chile previo al golpe contra el presidente Salvador Allende en 1973, antes del cual Richard Nixon, presidente de EEUU, había ordenado a Henry Kissinger “hacer chillar” a la economía chilena.
Maduro denunció una “guerra económica” contra el pueblo y tomó medidas drásticas contra empresas especuladoras que, habiendo recibido dólares del Estado a tasa oficial de Bs. 6,30, colocaron a sus productos precios insólitamente elevados. Varios establecimientos emblemáticos, como la tienda de electrodomésticos Daka, fueron obligados a vender a precios razonables. Esto, y la negativa de la dirigencia opositora a siquiera reconocer el fenómeno especulativo, consolidó el apoyo popular al Gobierno y a sus candidatos.
Un Presidente a sus anchas
La Revolución Bolivariana salió fortalecida de las elecciones municipales: el PSUV y sus aliados sumaron 5 millones 818 mil votos frente a 4 millones 410 mil de la MUD. De las 335 alcaldías del país, 253 fueron ganadas por alcaldes bolivarianos, es decir, el 75,5%. Las 78 obtenidas por la MUD representan el 23.3%.
Un Maduro así relegitimado se permitió el gesto de invitar a los alcaldes opositores recién electos, tal como lo había adelantado en la campaña electoral. Fue incluso más allá al ampliar la invitación a los tres gobernadores de oposición, incluyendo a Capriles Radonski, quien inicialmente la desaprovechó: fue el gran ausente de aquel histórico diálogo.
La jornada fue única. Ningún otro Presidente se había reunido con todos los alcaldes de oposición simultáneamente. Los acompañaron los gobernadores de Amazonas, Liborio Guarulla, y de Lara, Henry Falcón.
Maduro se mostró a sus anchas en aquel escenario, donde puso en práctica las habilidades políticas acumuladas primero como dirigente sindical, luego como parlamentario y después como canciller. Administró humor y firmeza de carácter ante las disímiles posturas adoptadas por sus interlocutores para finalmente concluir airoso. El reconocimiento mutuo entre Gobierno y oposición auguraba una nueva tónica en el debate político venezolano. Más allá de lo retórico, hubo el compromiso de facilitar el acceso de gobernadores y alcaldes a recursos del Poder Central para determinados proyectos, así como en torno a mecanismos de coordinación en áreas de interés común, como la seguridad.
El año político cerró en esa tónica constructiva.
Luego, en enero, tras el brutal asesinato de la actriz Mónica Spears, que conmocionó al país, el Presidente volvió a convocar a gobernadores y alcaldes de oposición. Esta vez sí asistió Capriles Radonski, con una inusual barba de varios días. El estrechón de manos del gobernador de Miranda con el Jefe del Estado fue la foto que dio la vuelta al mundo. El gesto de reconocimiento ponía fin a la supuesta ilegitimidad de Maduro vociferada por Capriles Radonski desde su derrota en abril de 2013.
La nueva jornada de diálogo supuso un avance en los niveles de coordinación entre el Poder Central y los gobiernos municipales antichavistas en materia de seguridad. Hasta hace poco impensables, se hicieron cotidianas las apariciones públicas del Ministro del Interior junto a gobernadores y alcaldes opositores haciendo entrega y recepción de patrullas policiales y otras acciones enmarcadas en la Gran Misión A Toda Vida Venezuela.
Jovencitos utilizados
Cosa rara en la Venezuela Bolivariana, caracterizada por los frecuentes procesos electorales, el 2014 es un año sin elecciones en el calendario, lo cual probablemente facilitó el intento de ensayo de una nueva relación política, basada en el reconocimiento de las diferencias y de aquellas áreas donde es posible y necesaria la coordinación.
Contra ese ensayo son las acciones de violencia protagonizadas por sectores fanatizados del antichavismo radical, identificados con Leopoldo López. Disparos, molotov y pedradas contra el diálogo.
Es lógico que, frente a esta arremetida violenta, Maduro endurezca de nuevo su postura. Vacilar es perdernos, diría José Félix Ribas.
Aún así, el Presidente ha respondido favorablemente a un mensaje de los tres gobernadores opositores, que según él mismo se encargó de revelar, le pidieron una reunión. Si se concreta, sería la segunda vez que Capriles Radonski estreche la mano del Presidente después del 14 de abril, reconociéndolo como legítimo Jefe del Estado. La foto supondría, además, la consagración de Capriles Radonski como jefe de la oposición.
Esto explica, en parte, la saña con la que las huestes fanatizadas de López han arremetido contra el municipio Chacao, gobernado por el partido de Capriles, Primero Justicia, en la persona del alcalde Ramón Muchacho.
Los jovencitos fanatizados no sólo están siendo utilizados para tratar de derrocar al gobierno, cosa que no lograrán, sino más bien para favorecer a un sector en la pugna interna de poder en el seno del antichavismo. Un sector que poco quiere con el diálogo y mucho con la violencia. Un sector que apuesta al extremismo para resolver la confrontación de ambiciones personales y grupales en el campo opositor.
Veremos si ese factor se queda solo, con el trofeo de un semestre perdido para sus estudiantes, o si por el contrario logran involucrar en esa dinámica aventurera al resto del antichavismo.
Lo dirán los dueños del circo.
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Disparos contra el diálogo / Ernesto Villegas Poljak
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