Dos hombres y dos mujeres (una embarazada y aún amamantando a un bebé de 5 meses) fueron asesinados a tiros la noche del miércoles en un fundo familiar a orillas del río Apure, en medio de una profunda indiferencia pública que justifica el crimen con acusaciones generalizadas de abigeato.
Victor Hugo Majano
Abraham dejó de ser un lactante a las 9 de la noche del miércoles 12 de abril de 2017. Tiene casi seis meses de nacido y desde esa noche apenas ha logrado probar unas pocas dosis de leche materna gracias a que una de sus tías está amamantando a una primita contemporánea.
Su hermanito de menos de tres años, Antonio, pudo explicar resumidamente la falta de la leche. ‘Pum, pum. Tócala, tócala”, fueron sus palabras que repetían lo que posiblemente escuchó cuando su mamá, Rosa Milagros González Véliz, cayo muerta en el fundo familiar a orillas del río Apure, en un sector conocido como El 70, en el municipio Muñoz del estado Apure.
Mitu, como la llamaban sus familiares, era estudiante de Educación Integral en un núcleo de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador (UPEL). Era la única mujer entre sus hermanos y dominaba tareas propias del llano y habitualmente realizadas por hombres. Tenía tres meses de su tercer embarazo.
La masacre también arrastró a su padre, el productor de ganado Manuel Antonio González Milano, de 65 años, cabeza de una familia que llegó a tener 8 hijos (5 varones y 3 hembras) con Sabina González y a desarrollar un fundo que con todo el grupo suma unas 500 reses en cerca de 800 hectáreas.
También se llevó a una tía materna, Miriam Solórzano Veliz, de 39 años, muy cercana a la familia, quien estaba de visita pues reside en Bruzual, capital del municipio. Ahí trabajaba como obrera en un preescolar.
Y la cuarta víctima fue un temporadista que había ido desde la pequeña ciudad de Pedraza, en Barinas, a visitar a una hija que también es productora en el sector. Se trata de Alcides Rivas Pérez, de unos 53 años (una versión dice que son 43), que se encontraba tomando café y conversando.
Los cuatro estaban en un caney (área social techada con palmas en las viviendas llaneras) conversando y tomando el “fresco” antes de irse a dormir dentro de la estructura principal ubicada unos 20 metros más allá.
Con ellos también estaba Darwin, uno de los varones González Veliz, conocido como Zamuro, apodo seguramente debido a lo oscuro de su piel, en contraste con la tez mucho más clara de sus hermanos.
Estaba en un chinchorro (especie de hamaca tejida) con su tía Miriam, conocida con el sobrenombre de Pere, escuchando las conversaciones, cuando inesperadamente alguien dijo “Buenas” y un segundo después se encendieron dos enormes faros o linternas capaces de encandilar a cualquiera.
Entre la fracción de segundo que transcurrió desde el saludo hasta las luces, Zamuro logró escapar. Se alejó sin que lo vieran y se ocultó tras el tronco de un samán.
Aunque no era un sitio seguro los hombres de las linternas no lo encontraron pese a que revisaron con interés el área. Proyectaron las luces hacia las ramas de un mango, donde creían que se había montado.
Dejaron la búsqueda, que no se prolongó por más de 8 minutos, y retornaron al caney. Segundos después se escuchó una serie de 7 disparos: un primer tiro, otros dos y finalmente cuatro seguidos. Eso es lo que asegura Darwin haber escuchado desde la “pata” del samán.
Mientras tanto dentro de la vivienda, Abigail, una joven que vive con la familia, despertó, según cree, con los últimos disparos. Minutos después alguien sacudió su chinchorro y posiblemente creyó que estaba dormida. Ella, inconscientemente, se mantuvo callada y el asesino continuó buscando. El niño de 3 años, su hijo, que dormía en otro chinchorro unos centímetros más arriba, tampoco se movió.
A la misma hora, en un templo evangélico ubicado a unos 2 kilómetros del fundo, donde se realizaba una campaña de evangelización, también se escucharon los disparos. Allií se encontraban Sabina, la madre del grupo familiar y su yerno Moisés, de 23 años, esposo de Rosa y padre de los bebés Abraham y Antonio. Su fe y activismo religioso acabó por salvarles la vida casi milagrosamente.
Darwin, al escuchar los disparos completó la huida y logró cruzar el río hasta una isla y desde allí contempló como los hombres (no hay datos de su número) comenzaban la revisión de la casa.
De alguna manera pudo mandar a avisar a su madre que había ocurrido un tiroteo en la casa y que no regresara porque podían toparse con los asesinos. Parte de las “comunicaciones” utilizaron silbidos de alerta capaces de cruzar la sabana, en segundos.
No está claro cuánto tiempo permanecieron los sicarios en el fundo. Mientras Darwin ubica la salida varias horas después, la muchacha que no despertó la cree muy poco después de que le sacudieron la cama colgante.
En lo que sí coinciden ambos es en haber escuchado el llanto de los niños y los gritos de Antonio llamando a Mitu.
A Darwin, desde el río, le pareció extraño que su hermana no se levantara a atender a los bebés. La afirmación no deja de ser incoherente y solo se puede explicar por una irracional esperanza de que hubiera sobrevivido.
Y Abigail se hundía mucho más en el chinchorro, debatiéndose entre salir y encontrar a los matones o rescatar a los niños, que podían llegar a ser agredidos por animales.
Finalmente salió y encontró a los pequeños aferrados al cuerpo de su mamá y con restos de sangre en sus manos. Pero estaban vivos y sin ninguna lesión. Habían sobrevivido aunque la muerte de la madre implicara el abrupto fin de la lactancia de Abraham.
El saldo de sobrevivientes dentro de la vivienda es de cinco personas, los tres niños, la muchacha allegada y una hermana especial que también dormía. A ellos hay que sumar a Zamuro, el que escapó y la madre y el yerno que estaban en el culto protestante.
Asesinato moral precedió a la muerte física
A la familia González Veliz la conocen como “Los Cabilleros” como una derivación del apodo del padre, Cabilla. Es gente que se ve dura, literalmente. La madre tiene unos brazos gruesos producto de halar reses y caballos y ordeñar vacas. La mujer, que acaba de perder a su marido, a su hija y a su hermana ríe a carcajadas mientras relata cómo se enfrentó con un grupo de efectivos de la GNB que hace algunos meses intentó llevarse su caballo.
Su condición de mujer no impidió que recibiera golpes, empellones y halones de cabello. Lo cierto es que no pudieron llevarse el animal de trabajo.
Sus padres nacieron y se criaron en El 70 y al igual que ellos la familia que formó con Cabilla se dedicó a criar ganado.
Los fundos de la comunidad colindan con el Hato Cañafístola, propiedad de la Compañía Inglesa, bajo la figura de Agroflora, un grupo empresarial británico donde tiene acciones la propia monarquía. Es una de las tradicionales herencias de las relaciones coloniales que han marcado la explotación de los recursos naturales en los países del Sur.
Esa vecindad siempre fue una fuente de conflicto y hay registros de choques durante los años 90, con intervenciones represivas de la GNB.
Los González (durante una conversación con la madre sus hijos y nueras) refieren que en su caso concreto hay una especie de persecución sistemática que los viene responsabilizando de supuestos robos de ganado propiedad de Cañafístola.
La situación se agudizó en los últimos dos años al menos y ha tenido momentos críticos ahora, hace mes y medio con la captura del mayor de los hermanos, Manuel Antonio, y el asesinato hace dos años de otro hermano llamado Alí Rafael.
La muerte de ese hermano ocurrió una noche en una curiara cuando iba por el río con destino a Bruzual. Luego ocurrió el asesinato de un tío materno en un fundo que tenía en Guasdualito. El relato de estos hechos no es líneal y se ve afectado por la lógica desconfianza del primer contacto.
Entre marzo y lo que va de abril el grupo familiar ha perdido a cuatro de sus miembros, además del amigo visitante que cayó en la masacre, para un total de 5 fallecidos. A eso hay que agregar la aprehensión de Manuel Antonio el 5 de marzo por efectivos de la GNB y su procesamiento judicial por robo de ganado según una denuncia formulada por la administración del Hato Cañafístola y la gerencia de la empresa Agroflora, hoy a cargo de una junta designada por el Estado.
La primera muerte de esta trágica temporada fue la de la hija de 6 años de edad de Manuel Antonio, quien contrajo un infección bronquial y falleció el 15 de marzo, 10 días después de la detención.
El hombre está acusado por el robo de 30 toros de Cañafístola según un acta policial instruida por la GNB y la tenencia de tres escopetas de cacería. La familia y el abogado, Felix Seijas, a cargo de la defensa, niegan los cargos y aseguran que han logrado descalificar la acusación de abigeato.
Lo cierto es que todas las acusaciones de robo de ganado contra la familia, han sido impulsadas por los administradores de Cañafístola y se han presentado a partir de la intervención y rescate de los hatos de los ingleses por parte del Gobierno Nacional.
O dicho de manera más precisa, el ensañamiento que denuncia la familia se inició hace menos de 10 años y el principal cambio desde esa fecha es la toma de control por parte del Estado.
El otro cambio reciente es la adquisición de varios predios frente a El 70, pero en la ribera norte del río (en territorio de Barinas), por parte del alcalde del Muñoz, Jesús Bona. Se trata de tierras que formaban parte de las fincas Villa Elba y Apure 1, rescatadas por el INTI y adjudicadas a campesinos y pequeños productores. Algunos de estos habrían vendido sus espacios al mandatario municipal.
Tal situación sería ilegal pero puede ocurrir y ser avalada por el INTI en forma irregular, bien sea por corrupción o tráfico de influencias.
Los González asimismo aseguran que sus tierras son las mejores del sector de la ribera sur, pues poseen sectores elevados que no se inundan en la temporada de lluvia y garantizan la alimentación de los rebaños en cualquier época del año.
De hecho, durante la mayor inundación del municipio, ocurrida en 1996, los bancos de los González Véliz permitieron albergar todo el ganado de la comunidad. Revelan, con temor de dar detalles, que han recibido ofertas de compra nada amistosas.
Eso ocurre en un contexto en el que todos sus vecinos en El 70 son hacendados colombianos que han comprado a buen precio tras amenazas similares, según cuenta un amigo de la familia.
La masacre sin duda ha causado conmoción pero sólo en privado algunos pocos se atreven a calificar el hecho como una injusticia y a sostener la inocencia de las dos mujeres y los dos hombres.
La percepción pública es la que justifica la matanza y cuenta con el aval de algunos medios de comunicación de muy alta influencia en la entidad.
No deja de ser muy perturbador que el titular del diario impreso Visión Apureña del viernes sea “Abatidos cuatr integrantes de banda de cuatreros”.
Hoy, Domingo de Resurrección, es el cuarto día que Abraham amanece sin su teta. Su madre sigue en la tumba en el cementerio de Las Tiamitas.
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¿Cómo ocurrió la masacre de El 70, en Apure? Sicarios no quieren lactancia materna
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