Ahora bien, el que esto haya sido así, no implica que no se consideren las condiciones objetivas que hacen que un hecho como ese haya sido espontáneo, o que no siéndolo, no sea considerado del todo extraordinario o inesperado por nadie medianamente sensato. Y es que las tensiones sociales derivada de la hiperespeculación de los comerciantes, del hecho de aumentar los precios y acaparar los productos con total impunidad y a plena luz del día se ha llevado a tal nivel de cosas, la humillación y el robo contra la mayoría asalariada se ha extendido y generalizado tanto, que lo que extraña a muchos no es por qué ocurrió lo que ocurrió, sino porque no había ocurrido antes. Entre una y otra cosa hay una delgada línea roja que a menudo solo se divisa una vez que se le ha cruzado irremediablemente. Pero en este caso mal que bien la estamos viendo antes de cruzarla, la pregunta es hasta cuándo y qué cosas tenemos que hacer para no hacerlo y que tal vez no estamos haciendo o no con la intensidad necesaria.
Copio aquí un fragmento escrito ya hace tiempo, que me parece bastante oportuno para entender si bien no “el hecho en sí” de lo sucedido ayer, al menos el contexto en medio del cual ocurre:
Lo que comenzó siendo un proceso especulativo emprendido por las transnacionales, los importadores, la banca privada foránea y “local”, las casas de bolsa y los grandes comerciantes con el doble propósito político y mercantil de conspirar y apropiarse de la riqueza nacional, ha terminado convirtiéndose en una corrida que involucra a buena parte de la población. Recurriendo a los dos ingredientes básicos de todo proceso especulativo: la ambición y el miedo, los poderes económicos del capital transnacional han hecho todo lo posible por encubrir y facilitar su saqueo gran millonario corrompiendo a una parte de la población para ponerla a buscar dólares migajas o las vías más retorcidas de enriquecerse, sin contar el suplicio de hacer colas interminables, de no encontrar lo que necesitan, de peregrinar para encontrarlo incluso fuera de las ciudades y estados donde viven a precios exorbitantes o pagando vacunas por ellos. No se trata a este respecto, siquiera, de que las personas sean buenas o malas, comprometidas o no, honestas o deshonestas. Precisamente, ese es el punto. La lógica de la guerra económica y el capitalismo de facto espolea a todos y todas por igual (más allá de los grados diversos de afectación) a competir por los bienes escaseados, lógica tanto más perversa en cuanto la persona es de hecho comprometida u honesta. Si no es este último el caso, se suma sin conflicto moral y busca aprovecharse de la situación. Pero si la persona no es indolente, tiene sentido ético, compromiso político o es solidaria, la guerra económica persigue primero rebajarla al nivel de predador o presa, la coloca ante la disyuntiva de ser especuladora o especulada, “viva” o “pendeja”. Es como lo que se narra en esas novelas adolescentes del tipo Los juegos del hambre, o pasa en esos programas de reality show donde la gente es puesta a pelearse a muerte por los bienes escaseados o la fama solo para uno. Como el Guasón de Nolan, los ingenieros de la guerra económica conciben la sociedad como una manada de potenciales salvajes que cuando las cosas se tuercen un poquito, se atacarán entre ellos. Es la teoría de la pelea de perros aplicada a la economía. El reverso perverso de la sociedad solidaria planteada por la tradición socialista y rescatada por el presidente Chávez.
https://surversion.wordpress.com/2015/08/01/la-delgada-linea-roja-a-proposito-de-san-felix/
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