Ya se lo dije a mi tocayo Víctor López que no le voy a contestar sus llamadas de los sábados por la tarde.
Hace 4 sábados llamó para alertarme sobre el intento de magnicidio contra el Presidente Nicolas Maduro en la avenida Bolivar.
Hoy como a la misma hora volvió a llamar y le advertí sobre la posibilidad de que fuera el portavoz de otra mala noticia.
"Se murió Lázaro", me atajó antes de que continuara bromeando.
Se refería a Lázaro Cotilla, un cubano mambí (como el mismo se presentaba) que compartía con nosotros las terapias alternativas del investigador Sirio Quintero en Boconó.
El negro ni cantaba ni bailaba (destrezas que se consideran propias de los antillanos) pero era conocido mundialmente como jugador y especialmente árbitro de ajedrez.
Lázaro que presumía (en eso era absolutamente cubano) de haber participado en tres guerras como internacionalista, peleaba contra un cáncer de próstata.
En las pocas semanas que compartimos me contó detallados y repetidos episodios de sus 68 años de vida. Y digo repetidos porque literalmente contaba una y otra vez las mismas historias. Creo que más que repetirse lo hacía porque pensaba que estaba frente a otras audiencias.
Lo del abuelo mambí que lo crió de niño. O lo del barrio con casas de madera dónde vivía con su madre y hermano en las cercanías de La Habana.
Los episodios más nítidos que relataba eran el referido a la limpieza de la única letrina colectiva de un montón de las barracas que le servían de viviendas a los más pobres de Cuba en los años 50, y de un desalojo de que fueron víctimas por no poder pagar el alquiler.
También contaba como había perdido la mitad de su pie izquierdo al pisar una mina antipersonal en la guerra de Angola.
Uno de los cuentos favoritos era el que lo puso en contacto con Rafael Tudela, el desaparecido propietario del Hotel Tamanaco de Caracas.
Tudela lo invitó a Venezuela para que diera algunas conferencias a sus trabajadores. La visita, además de servirle para disfrutar de la generosa hospitalidad del hotelero (con abundante whisky para beber y llevar a Cuba) , le permitió ganarse 5 mil dólares que eran una fortuna en La Habana de los años 80, antes del colapso de la Unión Soviética y el inicio del "período especial".
Con esa fortuna Lázaro logró construir una casa para sus hijos y dotarla de las mejores comodidades para la época.
Viajó mucho, según lo que me contaba. Y hace como 15 años volvió a Venezuela con las misiones de colaboradores cubanos.
Aquí conoció a Mireya, una hermosa y lúcida mujer negra de La Sabana (litoral central) que era su compañera desde hace más de 10 años.
No creo que la muerte (por un paro respiratorio la madrugada del sábado ) lo haya sorprendido. Lázaro a simple vista era un sobreviviente y sin duda fue exitoso. Murió cuando quiso y donde quiso.
Y como el personaje bíblico a quien Jesús sacó de la tumba, es seguro que más de una vez respondió al llamado de "Lázaro, levántate y anda."
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