EL PACTO II / Por Indira Carpio Olivo


¿A caso no es cierto que cuanto mayor es el crimen, más grato resulta el placer del libertino? El trato sexual con una prostituta no presenta el mínimo atractivo para él. Pero fornicar con una mujer "buena" le complace mucho más, desflorar a una virgen todavía más, seducir a una monja muchísimo, más que todo lo anterior, y si la víctima se rehúsa al placer final es mucho más grato obligarla , ¿Y si sufre dolor? Más delicioso todavía. ¿Si muere? Éxtasis, niña mía, absoluto éxtasis.
Marques de Sade


Luego de llevarlas a la “oficina”, que en realidad era el apartamento de H con su mujer, las cosas suceden rápido. El primer día, la mujer de H recibe a la presa, ofrece te o café, de acuerdo al gusto. Mientras H desaparece, la mujer muestra y demuestra que sin él no hubiese sido lo que es: publicista, locutora, actriz, modelo, profesora, porque supuestamente sufre trastorno por déficit de atención. En las redes sociales, ésta mujer es un amasijo de frases de autoayuda con reconocimientos a su “maestro y mentor”, el licenciado H (recientemente licenciado, sin haber obtenido el bachillerato). El primer día se muestran cariñosos entre ellos. Y aunque “hay algo” que enciende las alarmas de las muchachas, la presencia de una mujer, el exceso de autoreferencias, los diplomas en la pared, la repetición de conceptos filosóficos, emborronan la intuición. Sientan a M en el sofá. Sin anestesia, le preguntan por su situación familiar, su elección profesional y preferencia sexual. H, insiste en que presiente algo en ella, algo que nadie más percibe sino “una alma sensible como la suya”. “Entre almas luminosas, nos reconocemos”. Repite, y esto lo hará hasta el final, que él no tiene obra porque “por dedicarse al cine, no terminó de estudiar”, y eso le impide hacerse con los créditos. Esa falta la sufre y restriega contra todas. Es neblinoso. Caminan entre humos y niebla.
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Tercer día. H ha pedido a M que se aprenda un poema erótico. Que subraye tres palabras. Las palabras que le parezcan. Evalúa la elección. Ninguna sirve para lo que viene. Él las selecciona: “fuerza, seducción, fuego”. Las hace repetir. Permanecen en el sofá. Pide a M levantarse. “Repítelas de pie. No recites. Hazlo de manera natural”. La lleva al cuarto oscuro. Es una habitación insonorizada, con un estante, dos colchones, un espejo, una silla en medio y la cámara que apunta a la silla. La sienta. Vuelve a pedir que repita las palabras. “Fuerza, seducción, fuego”. Le venda los ojos. Previamente ha inculcado en M la idea de que las mujeres deben empoderarse, que la familia, el matrimonio, la fidelidad son una falacia. Lo único verdadero es la lealtad a la idea. Él tiene una línea de investigación sobre el erotismo, y “el erotismo la transformará en mujer”. Ahí está M, a merced de H, repitiendo a comando las palabras que éste exigió aprenderse. “Fuerza, seducción, fuego”. Está vendada. Oscura en la oscuridad. Muy lejos de todas y todos. Sin saber qué quiere este hombre de ella. Repite y repite las palabras, sin éxito. “Fuerza, seducción, fuego”. H, enardecido, exige sentimientos que M no sabe reproducir. Por un momento la levanta, le amarra las manos de una soga que guinda del techo en el cuarto y continúa en su demanda de los tres vocablos: “fuerza, seducción, fuego”. M tiembla. Respira poco. Recuerda que entonces vestía leggins negro, suéter ancho. H procede a bajarle el pantalón. M se preocupa por la apariencia de sus pantaletas. H sube el suéter que ahora le cuelga a M de los brazos atados. Seguidamente, le desabrocha el sostén. En ese momento, el hombre sale del cuarto por unos minutos y la muchacha queda literalmente colgada de un agujero negro. Es blanca, blanquísima y está erizada. Por cada poro, una ausencia. Piensa, “qué demonios” está haciendo, pero su indefensión es histórica. “Malditos hippies de mierda”, se reprime sentimientos más profundos. El profesor vuelve. Primero, recorre la piel de la espalda de M con hielo. Los pequeños bloques de agua tienen como objetivo insensibilizar la piel para lo que viene luego: esperma de vela. Entonces H, grita y reclama su trío de términos. “Fuerza, seducción, fuego”. M, que solo quería que aquello acabara, decide sacar de las entrañas las tres malditas palabras. “Fuerza, seducción, fuego”. H, en pleno orgasmo, le arrancó la venda y la enfrentó con el espejo. “Fuerza, seducción, fuego”. “Viste, lo que puedes dar. Esa eres tú. En eso te puedo convertir”.
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M recuerda que pensó que por eso su padre, el payaso, era la mierda que era. Ese “método” lo habría convertido en la estafa de ser humano, devenido en padre, que le tocó. H gozaba con la coincidencia esa, que M tuviera un padre payaso. Hubo una siguiente vez, después del cuarto oscuro, en que la mandó a maquillar con otro estudiante como una Joker. Otro “discípulo” le hizo fotos a M: “Tú eres mi luz”. Su método no vuelve al principio, a menos que se trate de exigir “lealtad”. Va in crescendo. “Primero roza con plumas. Segundo, azota con fustas. Tercero, quema. Cuarto, penetra. Quinto, no se va nunca”, explica M. En el escaparate del cuarto se encuentran esposas con y sin peluche, vibradores, consoladores, disfraces, cuerdas, látigos, plumas, velas, aromáticos. Empieza cualquier sesión con aceites. Los riega en las manos de la presa y hace que aspiren este “preparado”, durante 10 minutos. Para entonces, su mano que se adentra desde la vulva, mueve las cuerdas del guiñol en que se convierten todas.
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Año 2013, primero de cinco, en los que M será anulada por H. En su condición, por lo menos siete estudiantes más. Ninguna se conoce. De a poco idolatrarán a H, al punto de hacer y decir lo que el profesor quiere que hagan, que digan. Pero todo parece indicar que la violencia de H contra las mujeres esconde algo todavía más podrido. ¿Cuántas estudiantes continúan hoy bajo su obediencia? ¿A dónde van a parar las fotos y los vídeos “eróticos” que H dirige?
Nadie que tropieza con una telaraña sale ileso.

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Se cambiaron los nombres por siglas, para proteger la identidad de las participantes en esta historia. Es la segunda parte de una pesadilla. El objetivo de contar lo sucedido, además de acelerar los ritmos burocráticos de la justicia, consiste dar el primer paso para desentrañar las redes de la pornografía local y alertar a otras niñas y mujeres sobre las formas en las que actúan los depredadores. La sociedad los pare. La sociedad los debe abortar.
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