Crónica / Full Gasolina / Marlon Zambrano


Gasolina estaba y no estaba en la Feria. No fue invitado pero anduvo por allí gravitando, sacándole blues a su cuatrico.
Se quejó de su exclusión y fue difícil hacerle entender que ahí, en el Teresa, lo que se estaba haciendo era como una rueda de negocios donde programadores (algo así como agentes u organizadores) estaban escuchando y viendo a músicos venezolanos para luego llevárselos a rodar por el mundo, a giras, festivales, presentaciones, etc.
Pero mejor que no entendió porque quedó como despechado, sacando las mejores notas y cantando desde el alma, que es desde donde saca toda su música y su locura.
Esta foto no corresponde con su belleza canónica. La imagen lo retrata como indigente desahuciado, y él es solo un indigente con casa propia.
Con su tristeza nos fuimos por la tarde transitando los caminitos permitidos del Teresa y ese callejón intrépido que ha terminado siendo el eje del buen vivir, donde había tarimas, músicos descargando, músicos siendo entrevistados, y Gasolina.
Una guarita como de 17 años lo detuvo y lo abrazó con una emoción conmovedora, como si estaba abrazando a Carlos Baute o a Hany Kauam o a una verga de esas, pero era otra cosa, había otra sensibilidad en el aire.
No se conocían pero la carajita sacó un cuatro y una botella de cocuy tamaño extrafamiliar, como de Pepsi de 2 litros, y empezó a ponerle alegría a los ojos de Gasolina con notas crepusculares, mientras aquel hombre la acompañaba con bramidos a lo John Lee Hooker.
Ahí se desparramó la noche y empezó el hambre y hartos de cocuy buscamos birras y arroz en el único sitio posible del mundo a esa hora y en ese lugar: El tercer mundo, los chinos frente a la CTV. Tan famoso como cualquier otro, su arribo fue como el ingreso al Madison Square Garden de Nueva York y ahí se prendió, otra vez, la fiesta de la música improvisada, sin poses ni arreglos virtuosos.
Todos cantaron algún blues a coro, y los chinos sirvieron las cervezas más terriblemente calientes que haya probado jamás en territorio oriental, pero a esas horas y con esos grados etílicos, y con tanta inspiración, las birras supieron a agua bendita.
No sé si salió sobre los brazos de aquel público enardecido, pero pude ver que su tristeza se convirtió en asombro y finalmente en alegría. Quizás por solidaridad de borracho o por pacto entre caballeros, me regaló un CD y me dio un abrazo.
Finalmente me dijo que no nos volveríamos a ver, pero en el fondo sonreí porque supongo que así se despiden los bluesman. Quedamos pendientes para una entrevista y otra gira un pliegues por los alrededores de Bellas Artes, su dominio y su universo.
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