Albert Rivera, el lider de la agrupación de la neoderecha
española Ciudadanos, parece un producto de laboratorio con la salvedad de que
tiene un pasado que, pese a su juventud, intenta ocultar día a día.
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Entre esos antecedentes que le incomodan figura su
militancia en Nuevas Generaciones (la organización juvenil del aún gobernante
Partido Popular), los nexos con activistas de fascismo tradicional ibérico y de
admiradores no disimulados de Hitler, así como la participación de su partido
en las listas de la ultraderecha en recientes elecciones para el Parlamento
Europeo.
Rivera, quien estuvo ayer en Caracas (sin pena ni gloria) invitado por la
oposición, tampoco ha podido desligarse de la percepción
de ser un neonazi bien disimulado lo que
ha sido alimentado a partir de fotos que han circulado por la web 2.0 que lo
muestran, supuestamente, con militantes de extrema derecha u ofreciendo saludos
considerados como propios de tales sectores.
El abogado catalán de 36 años es hijo de una familia de
pequeños comerciantes y su perfil biográfico encaja nítidamente en los
supuestos del ascenso social. Su padre proviene del barrio obrero La
Barceloneta que tras lograr iniciar su propio negocio inscribió a su hijo en la
Escola Cervetó, un colegio privado de un suburbio de la capital catalana.
Posteriormente continuó su educación en la Facultad de Derecho ESADE, perteneciente a la Universidad Ramón Llul, un centro universitario privado creado a principios de la década de 1990, de origen católico y bautizado con el nombre de un religioso.
El lugar debe ser como un colegio de monjas para chicos más
grandes, donde se jugaba waterpolo y se participaba en competencias de
oratoria, y así Albert se convirtió en político. “Comenzó, además, a
interesarse por la política y la oratoria, bajo la influencia de profesores
como el peruano José Carlos Remotti y participó en una liga de equipos
universitarios de debate por toda España; su equipo resultó vencedor en el 2000”,
refiere su biografía en Wikipedia.
En 2001 estuvo en la
Universidad de Helsinki (Finlandia), gracias al programa Erasmus, un mecanismo
de intercambio universitario de la Unión Europea, dirigido a promover entre
jóvenes de las capas medias los valores del libre mercado.
Tras egresar de la universidad , Albert ingresó a trabajar
en septiembre de 2002 en La Caixa, la caja de ahorros y pensiones de Barcelona,
donde permaneció hasta el año 2006, cuando renunció para participar en la
campaña electoral por la legislatura catalana, desde el recién fundado partido Ciudadanos.
Hasta ese momento la participación política de Rivera no
existía o era absolutamente desconocida. De hecho, probablemente eso pretendían los
expertos en marketing político que para esa inicial campaña lo presentaron
desnudo y sin pasado partidista, al punto de negar tajantemente su militancia
en cualquier otra agrupación.
Sin embargo esa pretensión de virginidad política se vió severamente
cuestionada cuando diversos medios divulgaron la información de que Rivera se
había afiliado a la organización juvenil del conservador Partido Popular,
Nuevas Generaciones, en 2003. Así lo
indicó El Periódico de Catalunya en noviembre de 2006, lo cual fue negado por
la agrupación surgida al amparo de una postura de confrontación con el independentismo
catalán y de una pretensión de indiferencia escudada en los supuestos intereses
de los ciudadanos.
La pretendida pureza partidaria de Rivera fue derribada en
abril de 2015, cuando el medio digital El Confidencial publicó la hoja de
afiliación del político a la organización del PP. “La misma fue suscrita el 10
de septiembre de 2002 y fue presentada y avalada (como mandan los Estatutos de
esta formación política) por dos militantes: los afiliados 18.813 y el 24.221.”,
precisa la nota.
La desideologización
como ideología
Una mirada a la corta historia de una década de Ciudadanos
puede avalar la tesis de que se trató de una propuesta destinada a disfrazar el
desarrollo de un polo de derecha sin que abiertamente lo pareciera.
Incluso hasta antes de las elecciones generales de 2015 la
mayoría de los españoles no se atrevían a afirmar que fuera una agrupación de
derecha, e incluso había quienes lo identificaban como de izquierda.
Desde su fundación su discurso giraba en torno al “sentido
común” y a hacer cosas que funcionaran, es decir asumieron el pragmatismo como
mecanismo de ganarse un espacio frente al deterioro de las posturas clásicas de
la derecha, impactada por la enorme corrupción que ha golpeado la reputación
del Partido Popular.
Sin embargo una buena parte de las actuaciones de Ciudadanos
ha evidenciado su identidad de derecha. Una de esas actuaciones fue su negativa
a votar una condena al fascismo y al régimen de Franco en el Parlamento en
octubre de 2013. Los diputados de Ciudadanos salieron del hemiciclo justo en el
momento que tocaba votar una moción de condena al régimen de Franco y el
fascismo presentada por ICV-EUiA y, así pues, evitaron tener que posicionarse
punto por punto. Esta moción rechazaba la distinción a la División Azul,
proponía trasladar el cadáver de Franco o la devolución inmediata de todos los
Papeles de Salamanca. La moción fue aprobada por todos los partidos excepto
Ciudadanos y PP, reseñó la página web iniciativadebate.org.
Por otra parte destaca el hecho de que cantidad de
activistas de extrema derecha se han sentido cómodos en el seno de la
organización. Incluso Ciudadanos se vio forzado a expulsar durante la campaña
electoral de las municipales de mayo pasado sesenta candidatos de “perfil
dudoso”, entre miembros de listas fantasma, ‘ultras’ e implicados en casos de
corrupción. Lo cierto es que varios candidatos en listas como Hospitalet,
Mataró e, incluso, el alcaldable de Barberá del Vallés y también en Gijón,
Murcia, Getafe o Navalcarnero tenían un pasado poco de centro. El periodista
Jordi Borràs, especializado en extrema derecha, hizo una radiografía completa
de los dirigentes de Ciudadanos que provenían de partidos de ultraderecha como
Falange y de xenófobos como Plataforma por Cataluña, revela el mismo sitio.
Asimismo se ha presentado en dos ocasiones a las elecciones
europeas y en ambas sus coaliciones han distado mucho de tener un carácter
progresista. La primera vez, en 2009, se presentó formando parte de Libertas,
un paraguas que agrupaba varios partidos de la ultraderecha europea y de tono
euroescéptico.
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